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FLISA |
La Luz màs allà de los Oceanos |
Un Romanzo Gotico, Policial, Ocre, Rojo, Ardiente, Lluvoso, Noir
de Gianni Nigro |
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Cuando la idea de Flisa me fulmino La base fundamental que me empujò a escribir éste libro me vino al improviso, mientras era al volante de mi cascajo, en lo que con el pasar del tiempo se habìa convertido mi pobre auto , y estaba machacando kilòmetros tras kilòmetros para volver a casa, mientras atravesavamos bosques de abedules y de abetos en plena Escandinavia recorriendo un largo rectilìneo de asfalto rojo y viendo aparecer allà en el fondo como un enjambre de abejorros, un cardume enorme de motociclistas. Asfaltos rojos de Suecia Los asfaltos, en Suecia meridional, usualmente son rojos. Esto sucede porqué vienen utilizadas piedras de esa tonalidad. Dado que en invierno a menudo la ruta es cubierta por la nieve o incluso con el hielo, los asfaltos , en Escandinavia, vienen construidos con poco alquitràn y abundantìsima piedra, en modo de aumentar la adherencia. Los asfaltos Escandinavos son conocidos para nosotros mediterràneos, como asfaltos come neumàticos . Efectivamente la aspereza del asfalto, asì necesaria para garantir la adherencia durante el perìodo frìo, comporta como efecto colateral el de consumar fuertemente el material blando, es decir la goma que envuelve las llantas de las ruedas de los vehìculos.
Los motociclistas Ademàs del color de los asfaltos, la atracciòn de estas rutas deriva de los alrededores, es un alternarse continuo de bosques, prados, casitas de colores brillantes, pequeñas aldeas, y màs bosques. En verano, las rutas Escandinavas son recorridas en largo y en ancho por motociclistas, solos, en pareja, en grupo, o en pelotones infinitos. Y bien, un dìa me habìa distraìdo un poco, observando un tren que en la lejanìa atravesaba una llanura Escandìnava, cuando me encontré delante a un pelotòn de centauros que avanzaban en mi direcciòn. Ocupaban todo un carril de la ruta o talvéz un poco màs. Tuve que aminorar la velocidad, e imaginé, tanto por jugar, que estuviesen surgiendo de un bosque, que fuesen aparecido de la nada, y que hasta fuesen inmateriales, o mejor aùn, que se fuesen materializados asì de repente, nacidos de los troncos rojizos de los pinos que semejan vagamente a los abetos por la caida hacia el bajo de sus copas, y a los pinos mediterràneos por el hecho de poseer un tronco desnudo y una corteza que, especialmente al ocaso, asume un aspecto llameante. |
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Flisa y el Romance Como he querido precisar en la introducciòn a
ésta narraciòn, los lugares o son completamente fruto de mi fantasìa, o son
absolutamente reintepretados en modo fantasioso. Asì està escrito en la
introducciòn: Cualquier semejanza aùnque vaga con localidad y personas existidas o existentes es del todo puramente casual. Las localidades expresamentes citadas, si existentes, fueron reinterpretadas en modo del todo fantasioso por parte del autor, y lo que viene narrado es fruto de la imaginaciòn del mismo autor y no tiene, en el modo màs absoluto, alcuna relaciòn a hechos o episodios relativos a la realidad. A ésta regla, naturalmente, no se salva Flisa, aùnque si efectivamente toda la belleza de èste pueblito, que emerge de la narraciòn, es verdad. En el romance vienen citadas: - la rotonda - el Centro Comercial màs antiguo, cercano a la rotonda - la confiterìa del Centro Comercial - el pòrtico En algunos viajes Flisa fué solo un pasaje. Pero un dìa nos hemos detenido, talvéz por cansancio, talvéz para estirar las piernas, talvéz para tomar un café, talvéz para descubrir algo de nuevo. Y hemos descubierto FLISA |
Al retorno de un breve viaje en el 2009 meditaba sobre las muchedumbres de motociclistas que como abejorros aparecìan casi de la nada y parecìan volar sobre el asfalto. Pensaba que éso, a parte de la incomodidad, era la verdadera interpretaciòn del viaje. Y asì pensé que no podìa continuar màs, como hacìa desde hace años, a huir de la narrativa. Era lo que me daba un gran placer, era aquéllo de lo que era siempre constante y fuertemente atraìdo. Pensé que apenas llegado a casa habrìa tentado aùn una vez màs de escribir. Ojalà propio escribiendo sobre aquéllos enjambres de motociclistas que aparecìan de la nada. Luego, siempre mientras manejaba, comencé a atormentar mi mente sobre un posible tìtulo. Habìamo partido de Flisa desde hacìa pocos minutos. Flisa. Qué nombre extraño. Semejaba màs a un nombre de mujer que a el de un pueblo. Supe mucho màs tarde que era un nombre de muchas otras cosas. Pero en el momento me turbaba el sonido de la palabra, todo el misterio que giraba alrededor a ése nombre, a aquélla pequeña ciudad desconocida para muchos. Y asì fué tomada una decisiòn: juré a mì mismo que jamàs renunciarìa a aquél tìtulo, màs bién habrìa publicado el libro en mi Sitio. Y en mi mente habìa nacido un romance, mi nuevo romance, que talvéz lo habrìa leìdo solamente yo, pero que tenìa el tìtulo màs amado por mi, de minuto en minuto, de segundo en segundo: FLISA! |
FLISA |
Los tres grupos de experiencias que me empujaron al Romance Flisa
En mi romance Flisa confluyen tres grupos de experiencias personales, que en
realidad no tienen nada que ver una con la otra.
Ante todo los viajes. Fué propio durante en uno de mis ùltimos viajes hechos en
Escandinavia, con mi vieja Focus Station Wagon, ya convertida en un cascajo,
que marchaba solo por su orgullo personal, para demostrarme que era todavìa
de no deshechar, màs que por su eficiencia efectiva, que me vino en mente la
tentaciòn de escribir una historia con los motociclistas, aquéllos grupos a veces
gigantescos que recorren en largo y ancho la Europa en general y la Escandinavia
en particular.
Cada véz parecìan surgir de la nada, como fantasmas.
Mis viajes iniciaron hace muchos años atràs, y teniendo siempre poco dinero,
habìamos equipado la Station Wagon como una casa rodante, durmiendo en
la parte posterior. De todos modos a partir de la aduana de Brogeda (Suiza)
en adelante los paraderos son todos abastecidos de servicios higiénicos
limpìsimos y en òrden, por lo tanto no se tenìa ninguna necesidad en este
aspecto. Nos bastaba algo para trasladarnos y algo para dormir. La Station
Wagon, aùnque cuando ya se sostenìa solo con la cinta scotch, satisfacìa las
dos exigencias.
Pero el propio y verdadero viaje a lo largo de la Escandinavia lo reservo para un
segundo Flisa, que serà la continuaciòn del primero. Por el momento las
experiencias de los viajes ya existen, en lo que imagino acontesca en Flisa, en
Grong, en Frandefors. |
De ésta zona del romance (y de mi mente) prefiero que sea el relato a hablar. Y bajo este aspecto, Flisa, fué para mì, la ficciòn màs importante de mi vida. |
FLISA |
Volver a Flisa después de haber escrito Flisa
Viviendo, se acumulan experiencias. Es un hecho. Alegrìas y dolores, felicidad
y tristeza, victorias y fracasos. Escribir sobre ellas es frecuentemente un modo
para exorcizarlas, para memorizarlas, para acercarlas o para alejarlas, talvéz
para petrificarlas.
Y aquì son solo caràcteres estampados, en seños digitales sobre una pantalla
o en tinta sobre la carta, parecen que casi no hagan ya daño y ni siquiera
puedan perderse. En el primer caso hacemos volver inocuos los recuerdos
dolorosos. En el segundo caso inmortalamos (al menos a nosotros mismos)
los momentos felices.
Pero escribir algo puede ser hacer también posible una fantasìa absurda,
vivir lo invivible, soñar lo irreal.
Escribir puede representar un juego, una distracciòn, un depistaje de la propia
mente. Escribir puede convertirse en un huir de una idea fija, o bién, en cambio,
darle un aliento, un respiro.
Creo que escribir, leer y soñar tengan algo en comùn. La mente viaja, mientras
el cuerpo queda aquì donde és. Y la mente, al contrario del cuerpo, es libre de
viajar atràs o adelante en el tiempo, o incluso en el màs allà.
Entonces una pequeñìsima ciudad, ya sea asìmisma estupenda, como lo es Flisa,
inmersa en el centro de la Escandinavia y conocida por pocos, se convierta, en
la fantasìa, en el todo.
Flisa es el cruce de bandas de motociclistas vengadores, talvéz vivientes, talvéz
fantasmas. Flisa es el lugar de partida y de llegada. Flisa es la meta.
En el 2010, después de haber transcurrido un entero año sentado a
escribir y reescribir frente a una computadora y nuevamente a corregir y volver
a reescribir, y cambiar, y reescribir, y modificar, y reescribir aquél texto al que
asigné el tìtulo de Flisa, arreglé el cascajo (real) de mi pobre auto, y, durmiendo
siempre en ella, llegué de nuevo a Flisa. No fué fàcil. Un montòn de achaques
me hacìa todo mucho màs difìcil. Habìa dejado en casa la hoja de papel con el
resultado de un anàlisis del sangre muy preocupante. Me cargaba encima
disturbios no muy claros pero extremamente fastidiosos. Y cada noche, para
poder dormir, leìa a voz alta las hojas de Flisa, en particular los episodios
ambientados en el lugar en el que me encontraba. Era un juego muy divertido.
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OTROS SITIOS CONCERNIENTES A LA CIUDAD DE FLISA |